Por Brigitte Trujillo
Andrés Delgado es un santandereano con acento paisa, y espíritu viajero. Nació en Barrancabermeja, Santander en Colombia, pero sus papás viven en Medellín, Antioquia donde la palabra “paisa” es el gentilicio más popular para referirse a sus habitantes. Andrés llama a esta ciudad su casa, aunque cuando vivía en Colombia pasaba la mayor parte de su tiempo en un barco donde trabajaba como oficial mercante en una naviera, recorriendo continentes como Europa, África y toda América.
Al estar visitando tantos lugares, en ocasiones Andrés se veía en la obligación de hablar inglés, y pensando en que mejorando esta habilidad podría abrirle más puertas, un día mientras hablaba con uno de sus superiores, le contó que quería viajar y estudiar inglés. El oficial lo apoyó, e incluso lo animó a que se fuera a explorar y a vivir otras experiencias. De hecho, además de esa charla, Andrés aún recuerda otro diálogo con otro de sus jefes en la cual encontró más motivos para irse.
“A veces cuando me desembarcaba, visitaba a mi superintendente, y hablaba con él. Me acuerdo que en una de esas conversaciones él fue muy claro y me dijo: ‘Delgado, esta posición cada vez se está poniendo más solicitada. Si usted sabe bailar, está bien, pero después va a llegar alguien que no solo sepa bailar sino también cantar, entonces a usted no solo le va tocar aprender a bailar y a cantar sino además a tocar guitarra’, así fueron sus palabras. Entonces seguí su consejo y decidí aprender a cantar y tocar guitarra (risas)”.
Andrés eligió irse, y lo primero que hizo fue buscar un lugar donde aparte de estudiar inglés, también pudiera trabajar legalmente. Se acordó que tenía un amigo en Melbourne, Australia, lo contactó y en pocos meses organizó todo para viajar.
A pesar de no saber mucho de Australia, Andrés estaba tranquilo y como contaba con su amigo, quizá todo iba a ser más fácil a su llegada. Sin embargo, de un día para otro su amigo dejó de responder los mensajes. De todas formas, esto no fue una traba para que Andrés siguiera con sus planes, pues en cuestión de días terminó su temporada en la naviera, disfrutó de las fiestas decembrinas con su familia después de años sin compartir estas fechas con ellos, y en febrero del 2020 pasó de subirse a un barco a abordar un avión que lo llevaría a Australia.
4 días duró el viaje. Arrancó en Bogotá, luego llegó a Ciudad de México, después pasó por Los Ángeles, de ahí voló a Honolulu en Hawái, y finalizó en Melbourne. Al tener un recorrido tan largo, y pensando en que existía la posibilidad de que sus maletas se extraviaran en uno de los trayectos, Andrés optó por viajar únicamente con un morral. Sí, un morral pequeño donde llevó lo que para él era lo indispensable: su computador portátil, audífonos, un parlante pequeño, elementos de aseo, y ropa.
“Quería traerme al menos como tres mudas de ropa, pero como no me cabía todo en la maleta tipo colegio, lo que hice fue ponerme como dos o tres camisetas, como cuatro bóxeres, 2 pantalones, y bueno, así fue mi viaje (risas)”, cuenta.
A su llegada a Honolulu, claramente estaba agotado y la cantidad de ropa que llevaba puesta lo tenía tan incómodo que tuvo que quitársela, guardarla en su maleta, y quedarse solamente con una muda. Por fortuna, cuando tuvo que pesar el morral (antes de tomar su último vuelo), le perdonaron el exceso y pudo abordar sin inconvenientes.
“Duré como tres o cuatro meses usando la misma ropa. Solo tenía que lavarla y volvérmela a poner. La verdad no me molestaba que me vieran con lo mismo puesto”.
Finalmente, después de un largo viaje lleno de anécdotas y aventura, Andrés llegó a Melbourne el 13 de febrero. Su primer hogar fue un hostal en el que se quedó unas 4 noches. Prefirió inclinarse por esta opción mientras conocía la ciudad y encontraba un lugar para vivir. Luego, se mudó a un apartamento en la ciudad que compartía con personas de diferentes nacionalidades. A la par, buscaba trabajo. Para él era muy importante cuidar de sus ahorros, y por eso empezó a aplicar a trabajos de construcción, limpieza, como mesero, entre otros.
“Con el tiempo, conseguí mi primer trabajo descargando contenedores, pero en eso duré solo tres días, aunque fue tan duro que a mí me pareció como si hubieran sido dos meses (risas)”.
El estado físico de Andrés fue una ventaja para que le dieran el trabajo pues tenía que descargar cientos de sacos de hasta 25 kilos cada uno. A veces lo hacía con más personas, pero otras veces le tocaba solo, lo que hizo que se agotara más rápido. Al segundo día, la rutina fue similar. Por supuesto, el siguiente día a ese amaneció tan cansado que no se podía ni levantar. Igual fue a trabajar, pero llegó media hora tarde. No lo volvieron a llamar.
En consecuencia, Andrés no tuvo de otra que seguir buscando. Un día, en una iglesia a la que asistía, conoció a una persona que tenía el contacto de alguien que necesitaba personas para trabajar limpiando en el sector de construcción, uno de los más movidos de Australia. No obstante, para ingresar, debía hacer un curso para poder trabajar en ese campo.
“Yo había escuchado que el área de construcción es una de las mejores para conseguir trabajo, entonces motivado por eso, decidí pagar el curso con una parte de mis ahorros y con lo que me alcancé a ganar descargando contenedores. Lo vi como una inversión que luego iba a recuperar”, dice.
Con el curso ya hecho Andrés logró una entrevista de trabajo. La vacante era en las horas de la mañana. El problema es que este horario se cruzaba con el de sus clases de inglés. Entonces le propusieron que las tomara en las horas de la tarde. Aunque, no estaba muy convencido de la idea, tuvo en cuenta que necesitaba el trabajo, y se cambió. Contactó a quien sería su jefe, pero este no lo respondió. Andrés insistió y dos semanas después, con cero experiencia, empezó a trabajar como limpiador de vidrios.
“Ese trabajo fue duro porque parecía que para mi jefe nada era suficiente. Siempre, al final de cada turno, me preguntaba: ‘¿cuántos vidrios limpiaste hoy?’. Eso me estresaba mucho porque para él los números que le daba eran muy pequeños”, relata.
Eventualmente, Andrés habló con su jefe y le dijo cómo se sentía. Esto ayudó a que cambiara de actitud y valorara más su esfuerzo. A la vez, Andrés encontró otro trabajo en el que tenía que desinfectar tranvías o trams en la ciudad. Esto hizo que se ocupara más, pues en la mañana limpiaba vidrios, en la tarde estudiaba online, ya que debido al COVID-19 las clases presenciales no eran permitidas, y en la noche tenía que hacer la desinfección de los trams.
“A pesar de que duré en esa rutina solo unas semanas, hubo momentos duros, pero yo trataba de buscarle el lado positivo a las cosas. Recuerdo que cuando salía del trabajo, me gustaba ver la ciudad de noche, era muy linda, esos momentos me motivaban”.
Días después, Andrés perdió su trabajo en los trams, y pasó a limpiar en aged cares o centros de cuidado de ancianos. Así duró un tiempo, hasta que a través de un colombiano que había conocido en uno de sus vuelos camino a Melbourne logró conseguir una entrevista de trabajo para descargar contenedores.
Pese a que Andrés tenía poca experiencia, le dieron el trabajo. Los primeros días sus jefes le estuvieron preguntando sobre el desempeño de sus compañeros, lo que cual le pareció extraño. Igual, él les daba su opinión, aunque con algo de pena, pues no se sentía con la autoridad de decir lo que pensaba del trabajo de sus colegas.
“Luego, un día me llamaron y me preguntaron si quería ser el supervisor de operaciones del lugar. Quedé muy sorprendido con la oferta, ahí entendí por qué les interesaba mi opinión sobre el rendimiento del equipo. No me lo esperaba, pero después de pensarlo renuncié al trabajo de limpieza de vidrios, y acepté el cargo, igual eso me iba a permitir estar más activo físicamente, me daría experiencia, e iba a estar un poco más cerca mi gremio”, afirma.
En su nuevo rol tuvo que enfrentarse a varios retos, ya que a veces las personas que tenía a cargo no aguantaban el nivel de exigencia del trabajo. Asimismo, tuvo que inventarse todo tipo de estrategias para lograr cumplir con las metas que le ponían.
“Duré tres meses en ese ritmo y aunque me fue bien, dejé un poco al lado mis clases de inglés, aunque a veces lo practicaba con un amigo australiano que había hecho”, cuenta.
En ese entonces, Andrés también había acabado de extender su visa. Quería seguir estudiando inglés y hacer algo relacionado con su carrera, y a pesar de que al comienzo fue complicado encontrar un curso que se ajustara a lo que buscaba, al final consiguió uno en construcción de embarcaciones marítimas en Gold Coast.
“Ese curso está totalmente relacionado con lo mío, pero desde otro enfoque porque yo tengo experiencia en las operaciones del barco. Tengo que cargarlo, descargarlo, y administrarlo. Pero si ellos tienen a alguien a bordo con conocimientos de construcción y de mantenimiento de una embarcación, eso sería un plus, puede llegar a ser un beneficio para mí. Entonces desde ese punto de vista, empecé a enfocar mis energías en eso”, agrega.
Con más tiempo en su visa de estudiante, Andrés estudiará inglés en Brisbane y luego hará su curso vocacional en Gold Coast. Y aun cuando tendrá que volver a empezar, este cambio lo ha visto como una oportunidad. De hecho, le gustan mucho los deportes acuáticos, y sabe que Gold Coast será un lugar ideal para practicarlos. Además, siempre se ha interesado por invertir en experiencias.
Justamente, hace poco se mudó a Brisbane. Viajó en una de las motos que logró comprar gracias a su trabajo, acampó, y visitó varios lugares a lo largo del recorrido.
Por ahora, estudiará más inglés en el primer semestre del año 2021, y luego se irá a vivir a Gold Coast a continuar con su aventura en el mar.